Un amigo de Cuba, más que todo, es un ser que honra la amistad, que conoce como nadie su significado y su horizonte.
Luis E. Aguilera honra esta condición con la de excelente escritor, promotor cultural y militante político. Hace dos años presentó aquí su libro Un adiós en el aeropuerto de La Habana (Chile, 2008), y viene hoy con su obra más reciente: El andén de los sueños, ambientado en el escenario de la
ciudad de La Serena, región de Coquimbo, cuna de Gabriela Mistral.
Nacido en Valparaíso, Chile, en 1957, Luis E. Aguilera, más que establecerse, se integra definitivamente en cuerpo y alma, desde 1980, a la ciudad de La Serena, donde encuentra su razón de ser en la vida pública, política, cultural y literaria. De esta comunión con una ciudad desandada y soñada, de pulsar hasta lo más hondo en sus personajes y ambientes, y de recrearlos desde la poetización de sus detalles y estados límites, es de donde nacen los trece cuentos que componen este libro.
Sus recursos como narrador son de una complejidad y una riqueza sorprendentes: los giros inesperados del argumento, los anticlímax interrumpidos por nuevos acontecimientos, la sensualidad de la prosa, el detalle convertido en motivo de la acción o elevado a la condición de símbolo y la calidad de una prosa precisa y efectiva, que consigue el dominio del idioma y del habla popular en una comunión capaz de lograr audacia, originalidad y respeto a la tradición al mismo tiempo.
Demuestra su capacidad de fabulador genuino, de narrador auténtico, en los múltiples tonos que asumen sus relatos. Desde la ironía y la parodia, en Frijolito III, toda una farsa ceremoniosa, que traza con gesto irreverente hacia las jerarquías burocráticas y sus retóricas genuflexas, hasta el dramatismo en El Rondín, con escenas de gran intensidad que logra sostener con sabia destreza, entorno a un guardia nocturno que es despedazado y devorado por una nube de insectos, mientras que el director del colegio lo sorprende en su agónica pesadilla, durmiendo en el horario de trabajo. O también el brumoso ambiente que evoca leyendas románticas en El niño vagabundo del Puclaro, o la asfixia existencial de Túnel El Socorro que por momentos nos remite, como el Cuento número 13 a los tonos del absurdo y la crueldad.
Precisamente, en los cuentos de Luis Aguilera, los recursos sensitivos que se despliegan son un eficaz instrumento para crear atmósferas oníricas y profundamente poéticas –sin declararse deudor del surrealismo. De esta forma son más perceptibles y vívidos los sueños de sus personajes y su ambigüedad permanente con la realidad, todo lo cual crea un cauce que atraviesa todos los cuentos del libro.
El cuento que da título al conjunto, El andén de los sueños, es un curioso y, a la vez, atrayente montaje de planos, que se superponen y transparentan sucesivamente, de la realidad a los sueños y viceversa. No hay límites evidentes entre el recuerdo, el presente y los sueños, y en ello se empeña a fondo el autor para dedicarnos un relato auténticamente poético a partir del escenario concreto de la ciudad, que va descubriendo desde el aire, –con el efecto de una cámara en picado-, desde el sonido de las campanas en sus torres, los tejados y los árboles, hasta tocar al pavimento y develar las intimidades de las habitaciones. Hay mucho de cinematográfico en estas narraciones, que apelan además al periodismo, la epístola, la poesía y la anécdota popular.
Al decir del escritor cubano José Pepe Sánchez, en el prólogo, “El Andén de los Sueños, es una aventura que nos conduce, en muchas ocasiones, por los vericuetos de la biografía del autor ficcionada y todas las influencias que ha ido recibiendo, ya sea por sus lecturas, o por su interacción diaria con el entorno y los seres humanos con quienes comparte el día a día, en toda la complejidad que significan las relaciones humanas”.
Quizás para el lector cubano, una de las claves de esta obra sea la ciudad y su gente, su ritmo y sus hábitos, y el minucioso poder de observación del autor. Es evidente que el sueño interviene como un recurso para deconstruir y volver a construir la realidad, completarla, subvertirla y –como la tarea de un dios- crear un mundo con los naufragios de otro. Para el lector cubano, que corresponde a la amistad con amistad, esta obra representa, sin dudas, un atractivo jardín de espejos, donde reconocerá otra realidad y advertirá la suya propia.
Omar Felipe Mauri Sierra (1959)
Poeta cubano.
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